Los violentos disturbios que se desencadenaron el pasado domingo en Urumqi, capital de la provincia de Xinjiang, culminaron en el mayor baño de sangre ocurrido en China desde Tiananmen.
Según ha informado la prensa oficial, al menos 140 personas murieron, 800 resultaron heridas y cientos más fueron detenidas en una revuelta étnica de corte típicamente tibetano.
La chispa que hizo estallar la ira popular fue una protesta menor: un episodio de violencia étnica contra dos 'uigures' ocurrido a miles de kilómetros de distancia.
Confrontación entre etnias
Pero que acabara fuera de control, deja pocas dudas acerca de cuál es el estado de cosas en la otra provincia rebelde de China: un rechazo frontal de la población uigur, históricamente la mayoritaria, contra la colonización china.
Y no tanto en base a su pasado independiente, antes y después de ser anexionada en 1884.
Principalmente, por la discriminación económica que, como los tibetanos, sufren los uigures frente a la etnia 'han', que ha colonizado el territorio en el último medio siglo. Para Pekín el territorio es estratégico.
La cuenca del Tarim atesora la reserva de petróleo y gas más importante de China, además de que la atraviesan oleoductos que comunican Asia Central con la China rica.
Ciudadanos de segunda
Esa abundancia de recursos ha disparado las inversiones y el flujo migratorio, provocando un vuelco que ha dejado a los uigures en minoría.
La homogenización, con la coartada de la modernización, y la sensación uigur de que son ciudadanos de segunda han desatado tradicionalmente el conflicto.
La resistencia -casi siempre pacífica- no ha impedido el acoso de Pekín al entorno de las mezquitas, vistas como arietes del desafío al poder.
Eludir responsabilidades
Y desde el 11-S la represión tiene justificación internacional: un falso terrorismo islamista.
Pekín se ha apresurado, cómo no, a culpar de los disturbios a las "fuerzas extranjeras". Pero, en medio de un número de víctimas que probablemente es mucho mayor, el conflicto seguirá vivo y las revueltas serán periódicas mientras la discriminación sea latente.
Según ha informado la prensa oficial, al menos 140 personas murieron, 800 resultaron heridas y cientos más fueron detenidas en una revuelta étnica de corte típicamente tibetano.
La chispa que hizo estallar la ira popular fue una protesta menor: un episodio de violencia étnica contra dos 'uigures' ocurrido a miles de kilómetros de distancia.
Confrontación entre etnias
Pero que acabara fuera de control, deja pocas dudas acerca de cuál es el estado de cosas en la otra provincia rebelde de China: un rechazo frontal de la población uigur, históricamente la mayoritaria, contra la colonización china.
Y no tanto en base a su pasado independiente, antes y después de ser anexionada en 1884.
Principalmente, por la discriminación económica que, como los tibetanos, sufren los uigures frente a la etnia 'han', que ha colonizado el territorio en el último medio siglo. Para Pekín el territorio es estratégico.
La cuenca del Tarim atesora la reserva de petróleo y gas más importante de China, además de que la atraviesan oleoductos que comunican Asia Central con la China rica.
Ciudadanos de segunda
Esa abundancia de recursos ha disparado las inversiones y el flujo migratorio, provocando un vuelco que ha dejado a los uigures en minoría.
La homogenización, con la coartada de la modernización, y la sensación uigur de que son ciudadanos de segunda han desatado tradicionalmente el conflicto.
La resistencia -casi siempre pacífica- no ha impedido el acoso de Pekín al entorno de las mezquitas, vistas como arietes del desafío al poder.
Eludir responsabilidades
Y desde el 11-S la represión tiene justificación internacional: un falso terrorismo islamista.
Pekín se ha apresurado, cómo no, a culpar de los disturbios a las "fuerzas extranjeras". Pero, en medio de un número de víctimas que probablemente es mucho mayor, el conflicto seguirá vivo y las revueltas serán periódicas mientras la discriminación sea latente.