Diario LANACION(www.lanacion.com)En el último Apertura, muchos hinchas disfrutaron del fútbol, otros lo sufrieron, demasiados se apasionaron con él y otros tantos prefirieron mantenerse al margen para cuidar cosas de valor único como su propia integridad física. Mientras tanto, 45 estudiantes de periodismo deportivo lo investigaron. Ayer, ese trabajo vio la luz y el Observatorio de la Discriminación del Inadi elaboró sobre esa labor un resumen que resulta preocupante. Sin querer sentar un precedente estadístico, el informe de los alumnos revela el alto porcentaje de cánticos discriminatorios en la Argentina: un promedio de 5 sobre 15 "canciones" distintas que entona cada hinchada por partido. La condición social, la religión, la supuesta condición sexual y hasta la condición física de un jugador o un árbitro son los argumentos (reales o ideados por el agresor) para demostrar en una cancha que también allí se puede exaltar del peor modo la decadencia de valores que jamás, bajo ninguna excusa, debería pasarse por alto y muy por el contrario, correspondería una pena ejemplar para cada uno de sus desencajados cultores. Hubo un atisbo de solución cuando se decidió parar los partidos si el juez escuchaba un canto xenófobo. Fue un endeble y necio remedio: un pitazo del árbitro paraba el partido, al rato paraba también el cántico y de inmediato seguía el partido. ¿Y el castigo? Las conclusiones a las que llegaron el Inadi y los futuros colegas dejan una huella abierta para que actúen quienes deben hacerlo. Aclararon, entre varias otras cosas, que es mayor la discriminación individual que la colectiva, que abunda el desprecio de los plateístas por la condición social del hincha de la popular del mismo equipo y que hasta hay ataques a través de banderas que llegaron a burlarse de la condición física de un futbolista, lo que si bien puede llegar a tomarse como parte del "folclore" nuestro de cada fin de semana, también puede repercutir psicológicamente en el damnificado. En su desesperado intento por resolver tanta incongruencia -producto de la débil educación que nos cobija-, el fútbol apela a soluciones veloces. Pulmones en las tribunas, limitación en la entrega de entradas (gracias a esos mismos pulmones), veda al público visitante en el ascenso, eventuales suspensiones de los torneos con promesas de cambios drásticos para regresar algunas semanas después sin cambio alguno... todo vale para reemplazar a la aplicación del criterio. Es que si -como dicen- no hay peor ciego que el que no quiere ver, con seguridad se puede afirmar que hay algo más grave que la discriminación misma: soslayarla. Definitivamente